Hace muchos años de una lluviosa noche una anciana pareja llegó a la recepción de un hotel en Philadephia. Sacudiéndose la lluvia se aproximaron al recepcionista para conseguir alojamiento.
-Buenas noches. ¿Podría facilitarnos una habitación? -preguntó el marido-.
El recepcionista un joven con una amable sonrisa, respondió al saludo. Mientras les atendía les explicó que había varias convenciones en la ciudad. Lamentablemente todo estaba ocupado.
-Lo siento, pero no tenemos habitaciones libres -cuando les decía esto se fijó en que estaban completamente empapados-. Pero no me parecería bien que tuvieran que volver a la calle en una noche como esta. Podría dejarles mi habitación. No es una suite, pero posiblemente será suficiente para que pasen la noche confortablemente. ¿Les parece bien?
Los ancianos declinaron la oferta, diciendo que de ninguna forma podrían dejarle sin un lugar de descanso, tras un largo día de trabajo.
-No se preocupen por mi, dormiré en otro sitio y estaré bien -tras un breve intercambio, con las negativas de la pareja, y la insistencia de aquel joven recepcionista, aceptaron, pasando la noche en su habitación-.
Mientras pagaban la factura, al día siguiente, charlaron animadamente y se interesaron por el amable empleado.
-Eres el tipo de gerente que necesitaría el mejor hotel de los Estados Unidos -dijo el anciano estudiando la reacción del muchacho-. Probablemente un día lo construiré y te buscaré -se despidió, dejándole ese último mensaje al que daría algunas vueltas en su cabeza. El empleado sonrió, se hicieron algunas cortesías más, y se despidieron.
Cuando dejaron el hotel el anciano matrimonio se fue comentando la fantástica actitud de aquel joven que les había atendido tan amablemente, y lo difícil que era encontrar personas como él, resolutivas y generosas, que ayudan a los demás.
El joven recepcionista siguió con su trabajo y olvidó el encuentro, pero un par de años después recibió una carta del anciano, incluía un billete de transporte, donde le recordaba los detalles de aquella noche, rogándole que se reuniese con él en Nueva York.
Así que viajó hasta la ciudad de los rascacielos y una vez allí el anciano le llevó hasta la Quinta Avenida, mostrándole un hermoso edificio que se habia construido recientemente.
-Este es el hotel que he construido para que tu lo dirijas.
-¿Es una broma? -exclamó el joven-.
-Desde luego que no lo es -respondió el anciano, sonriendo-.
El edificio era el Waldorf-Astoria y el propietario de ese magnífico hotel, recién construido y que se destacaría entre los más famosos del mundo, era William Waldorf-Aster. El joven empleado de hotel que se convirtió en el primer director del lujoso establecimiento, se llamaba George Boldt.
El orgulloso gerente nunca podría haber imaginado como tratar con amabilidad a una pareja de ancianos, en una lluviosa noche, le convertiría en el director de uno de los mejores hoteles del mundo.
La moraleja de esta historia es sencilla, pero encierra una fuerza enorme: Intenta siempre alcanzar el corazón de las personas con tus hechos, con tu actitud, haz que tu paso por su vida represente una diferencia, por pequeña que sea, porque posiblemente esa persona sea la que cambie tu existencia para siempre.
Imagen: Gustave Caillebotte – Calle de París, día lluvioso