La igualdad entre los individuos es un principio, derecho y deber ajeno a ideologías, razas, religiones y géneros
Canarias.- En estos días de un casi recién estrenado junio de un 2020 convulso, el foco mediático orbita sobre Estados Unidos (EE.UU.). En saco roto han caído las innumerables buenas intenciones que enarbolábamos desde nuestro confinamiento, mientras la pandemia por el COVID19 hacia estragos y dejaba una larga estela de muerte y dolor sobre el planeta. Un letargo donde lo más hermoso crecía dentro de nuestras entrañas. Ahora el desconfinamiento nos retrotrae a las mismas miserias humanas que, afloran de nuevo, quizás aún con más virulencia que nunca.
La problemática; una realidad latente, que acecha y reside rabiosamente enquistada en nuestra sociedad: la discriminación racial. La muerte de George Floyd ha desatado un incendio sin precedentes. El país se revuelve. El dolor se radicaliza. La comunidad afroamericana se pronuncia. Los poderes se agitan. Las dos caras de una realidad: el pacifismo y la radicalización se dan la mano. Son los titulares que inundan nuestros medios. Las imágenes dan la vuelta al mundo. Se multiplican las voces en contra. Disturbios y ante esto, una respuesta de levantamiento de armas. Los movimientos antirracistas mundiales claman justicia. La sociedad también. En el origen, el color de nuestra piel: las razas. Una cuestión de poder y de sometimiento. Una sociedad postcovid resquebrajada.
La comunidad científica afirma que, biogenéticamente, no existen fundamentos que confirmen diferencias entre nuestra especie. Todos/as pertenecemos a la misma: la humana. Habría que cuestionarse entonces por qué, aún en este siglo, inmersos en la 4ª Revolución industrial continua tan arraigado el racismo. Como civilización aún no discernimos el hecho de que, como especie, somos iguales. Entonces, ¿no es igual tu piel, que mi piel?
Repleta está nuestra Historia de racismos. Racismos en todas las facetas de la vida: religiosos, culturales, etc. Incomprensible e irracional el hecho de utilizar la violencia contra otro ser y mucho menos, que se promuevan campañas para atacar a la diversidad que presenta nuestra especie, donde radica la riqueza del ser humano. Cuando comenzó la pandemia por el coronavirus, también se detectó una ola de rechazo hacia el gigante asiático, el primer país donde se constató este devastador virus.
En Occidente se ha racializado la epidemia. Hablar de COVID19 era cuestionar a China. Su cultura y costumbres, originando así una fobia promovida por parte de la sociedad, que alcanzó su paroxismo con las fake news o falsas noticias. Esto generó episodios violentos. China quedó estigmatizada. Éramos hasta entonces ajenos a su realidad. Ahora resulta casi obligado refrescar el pasado para no cometer los agravios infligidos basados en la bandera del racismo. Ahí está nuestra Historia, como un puñal afilado, para recordarnos: el Holocausto nazi, el Apartheid...La supremacía y el poder de unos territorios sobre otros, clases, culturas, religiones, ideologías, etc. hace que se resquebrajen nuestras consciencias ante el sometimiento que han soportado millones de personas a lo largo de nuestra existencia. Un dolor agudo nos sacude. ¿Es esto evolución?
Nos movemos ante un discurso paradójico. Por un lado, buscamos tener una visión más globalizada, solidarizarnos con causas justas y loables e intentamos concienciarnos con respetar el planeta. Por otro, es hoy George Floyd. Antes, Eric Garner o Breonna Taylor. Miles de nombres. De rostros. De vidas. ¿Cuánto nos queda aún por aprender? Quizá es una utopía, dibujar una existencia sin sometimientos ni opresión ni odio ni supremacía ni poder. Un mundo igualitario, equilibrado, sostenible y armónico. Lleno de cosas buenas. Un mundo a tu medida.
¿De qué llenarías tu mundo perfecto?